Las calles de la ciudad de Londres desbordadas por el gentío rezuman naturalezas dispares conviviendo en un mismo espacio. Las desigualdades alimentan los cánceres sociales que proliferan como el fuego en el pasto de verano. En horas nocturnas el aliento del Támesis sumerge a la ciudad entre brumas de delincuencia, desorden y k-os. El brazo de otra ley aplica a diestro y siniestro parcial justicia nacida de los desórdenes de la mente.
Esta noche volverá a salir Jack en nombre de la Divinidad para ayudar a salvar el alma de una mujerzuela que retoza en la lujuria de la prostitución manchando de pecado a los que se dejan arrastrar por la debilidad de la carne. También él se hará invisible en la niebla para seleccionar el alma afortunada de pulgar sus malas acciones y ascender purificada al paraíso.
Largas piernas subidas en finísimas alturas aceleran el paso entorpeciendo los bellos gestos de las caderas que unos instantes atrás atrajeron las miradas de otro amante del desenfreno. Ella arriesgó dejándose llevar por la vía del dinero fácil a pesar de haber recibido las advertencias de compañeras de la profesión de no moverse sola por la noche. Torció la mirada para estremecerse ante la silueta de aquella figura alta y estilizada que, bajo aquel sombrero de Gentlelman poco apropiado, hacía flamear su ancha capa tras un paso cadencioso a la par que firme y resolutivo. El brillo de una amenazante y plateada hoja cortante lo hacían tenebroso en una noche más en la que se masca la tragedia. Y ella, sabiéndose condenada, inicia la fuga al tropel, aunque bastante torpemente. Y él, habilidoso y experimentado, le da alcance para hundir su inmaculada navaja sobre el costado de la sucia mujer. Por la brecha sangrante brota a borbotones desenfrenos, excesos… mala vida. Se oye un último suspiro agonizante y expira la involuntaria penitente que en sus últimos estertores dirige la vista al muy cercano cielo que esta noche, especialmente, para arrastrarse por el suelo.
Más tarde, en su escondida guarida, sobre el improvisado quirófano de aquel húmedo y frío sótano, entre las bocinas lejanas de la actividad mercantil del río, Jack se dispone a purificar el cuerpo. Necesita ser certero en la extirpación del útero y las mamas para amputar las causas que hicieron posible a aquella desgraciada manejarse por los insondables mares pecaminosos. Él, impregnado del olor sangriento de aquella carnicería, no disfrutaba, pero se sientía feliz de cumplir con lo necesario.
En unas horas amanecerá y Londres será aterrorizada testigo de las consecuencias del mal camino. Jack descansará para volver a fundirse, como un mortal más, en la alta sociedad londinense por la que tanto sacrificio ha de soportar.
Scontland Yard se desorienta entre falsos pitidos de agentes solícitos al auxilio de transeutes llevados por el pánico. Y las futuras víctimas se desesperan impotentes mientras aguardan desconcertados su destino.
Muchos años después, dicen que el alma de Jack sigue presente en las noches de nieblas londinenses. Y que reencarnado en la sociedad capitalista descuartiza en nombre del Divino a los más débiles para purificar y engrandecer un sistema económico condenado, que nos condenará a todos.
Esta noche volverá a salir Jack en nombre de la Divinidad para ayudar a salvar el alma de una mujerzuela que retoza en la lujuria de la prostitución manchando de pecado a los que se dejan arrastrar por la debilidad de la carne. También él se hará invisible en la niebla para seleccionar el alma afortunada de pulgar sus malas acciones y ascender purificada al paraíso.
Largas piernas subidas en finísimas alturas aceleran el paso entorpeciendo los bellos gestos de las caderas que unos instantes atrás atrajeron las miradas de otro amante del desenfreno. Ella arriesgó dejándose llevar por la vía del dinero fácil a pesar de haber recibido las advertencias de compañeras de la profesión de no moverse sola por la noche. Torció la mirada para estremecerse ante la silueta de aquella figura alta y estilizada que, bajo aquel sombrero de Gentlelman poco apropiado, hacía flamear su ancha capa tras un paso cadencioso a la par que firme y resolutivo. El brillo de una amenazante y plateada hoja cortante lo hacían tenebroso en una noche más en la que se masca la tragedia. Y ella, sabiéndose condenada, inicia la fuga al tropel, aunque bastante torpemente. Y él, habilidoso y experimentado, le da alcance para hundir su inmaculada navaja sobre el costado de la sucia mujer. Por la brecha sangrante brota a borbotones desenfrenos, excesos… mala vida. Se oye un último suspiro agonizante y expira la involuntaria penitente que en sus últimos estertores dirige la vista al muy cercano cielo que esta noche, especialmente, para arrastrarse por el suelo.
Más tarde, en su escondida guarida, sobre el improvisado quirófano de aquel húmedo y frío sótano, entre las bocinas lejanas de la actividad mercantil del río, Jack se dispone a purificar el cuerpo. Necesita ser certero en la extirpación del útero y las mamas para amputar las causas que hicieron posible a aquella desgraciada manejarse por los insondables mares pecaminosos. Él, impregnado del olor sangriento de aquella carnicería, no disfrutaba, pero se sientía feliz de cumplir con lo necesario.
En unas horas amanecerá y Londres será aterrorizada testigo de las consecuencias del mal camino. Jack descansará para volver a fundirse, como un mortal más, en la alta sociedad londinense por la que tanto sacrificio ha de soportar.
Scontland Yard se desorienta entre falsos pitidos de agentes solícitos al auxilio de transeutes llevados por el pánico. Y las futuras víctimas se desesperan impotentes mientras aguardan desconcertados su destino.
Muchos años después, dicen que el alma de Jack sigue presente en las noches de nieblas londinenses. Y que reencarnado en la sociedad capitalista descuartiza en nombre del Divino a los más débiles para purificar y engrandecer un sistema económico condenado, que nos condenará a todos.