La curiosidad me hizo afrontar aquel sendero empinado con gran entusiasmo. Pasos cortos y ritmo pausado. No estaba dispuesto a desistir en el intento. En mi interior algo me decía que merecía la pena conquistar aquella elevada cima. Y vaya si la mereció poder admirar aquella montaña desnuda de vegetación exhibiendo su erecta adolescencia impúdica y orgullosa. Delante de ella, una superficie acristalada ahumada dejaba ver su simetría oculta. Entonces me senté para quedarme un largo rato regocijándome con aquella bonita vista, intentando comprender lo que me había dicho aquel viejo, allí abajo, al que le había echado en su vacía lata unas míseras monedas para calmar mi conciencia: << Igual que tú has querido compartir tus riquezas conmigo, ahora yo compartiré las mías contigo. Sube aquel sendero hasta llegar a la parte más alta de la montaña. Durante el camino, no mires atrás ni escuches a otros que intentarán convencerte para que cejes en tu objetivo. Te llamarán loco... te zancadillearán... pero, tú, no te distraigas del propósito y mantente en el camino que te llevará a la cumbre. Allí aprenderás algo que mucho bien te habrá de hacer>>. Como no lograba encontrar explicación a lo que aquel hombre me ha bía dicho, opté por tumbarme sobre aquella moqueta verde para dejarme acariciar por una suave brisa que refrescaba mi rostro. Dejé mi mente divagar por la vehemencia de mis sueños hasta levitar sobre lo terrenal y sentirme en el olimpo de mis dioses. Calmado de espíritu y liberado de la contaminación mundana, me incorporé para volver a mirar aquella montaña. Y fue entonces cuando logré comprender que la Naturaleza es pura simetría; que todo y todos estamos hechos de dos partes, aunque sólo podamos mostrar una de ellas; que la claridad y la oscuridad se fusionan en una misma forma a pesar de que se muestren en diferentes tiempos; que no sólo debemos creer lo que estamos viendo…
De regreso fui a buscar al vagamundo, pero ya no estaba. O quizá sí, pero ahora yo sólo podía ver su otra simetría y no lograba reconocerlo. En cualquier caso, le doy las gracias por corresponder tan generosamente a mi mísera y empobrecida ayuda.