martes, 27 de octubre de 2009

Tiro la moneda al pozo y pido un deseo.



El sábado, no más allá de las once de la noche, cuando me dirijo a casa en coche, la vida misma volvía a romperme el corazón. Tres chicas, de entre trece y catorce años, algo debieron decirle al único varón del grupo para que éste saliera en huida a pasos acelerados, supongo que dirección a su casa. A juzgar por los gestos de sus manos, parecía que el chico, cabizbajo, quería reprimir el torrente de lágrimas que ya le corrían por el rostro. Su andar acelerado provocaba desorbitados caderazos y el bracear de sus extremidades semiflexionadas completaban unos movimientos femeninos que ya hubieran sido exagerados para cualquier mujer.
Tras él, las chicas iniciaban conatos de persecución que se veían interrumpidos por la indecisión de las propias perseguidoras. Desde mi posición de fugaz espectador motorizado, me atrevería a decir que ellas debían haber provocado la herida emocional del muchacho sintiéndose culpables por el desarrollo de los acontecimientos, aunque también aliviadas por quedarse descansando por haber conseguido lo que durante tanto tiempo habían planeado sin atreverse a ejecutar.

Y continué con mi coche camino de mi casa con una historia a medio terminar que minutos después me ha traído de nuevo aquí, a sentarme con el mundo a mis pies para reflexionar sobre lo ocurrido.
Lo poco que conozco de ese adolescentes es su problema con unas maneras muy afeminadas de actuar, tanto física como emocionalmente. Ello hace que muchos otros jóvenes fijen el punto de mira sobre él para ridiculizarlo y así bufonearse de él. Quizá ahora su único grupo de amigas en el que conseguía algo del calor humano, de ese tan importante que ofrece la amistad, tampoco lo tenga ya. Justo en ese momento tan difícil en el que la atracción sexual nos hace desarrollarnos emocionalmente hacia el duro camino de la vida a la que debemos enfrentarnos cara a cara, y únicamente con nuestra cuerpo por defensa y protección.

Por eso hoy aprovechare para tirar una de tantas monedas al pozo para pedir un nuevo deseo. Y el deseo es que ese chico sea lo suficientemente fuerte para mantenerse a flote entre las demoledoras tempestades que le están por venir. Deseo que el día de mañana, como otros tantos lo hicieron, el duro entrenamiento al que lo ha sometido la vida le sirva para triunfar y poder demostrar que la mofa no hace tanto daño como algunos creen; que superar momentos de tanta dureza le ha hecho más fuerte. Mi último deseo es que, cuando los anteriores deseos se cumplan, él se convierta en un nuevo embajador de la tolerancia y el respeto al prójimo cuales quieran que sean su aspecto físico, condición o comportamiento.

Ahí va la moneda…


martes, 13 de octubre de 2009

Cultura callejera

Hasta no hace mucho tiempo, era en la calle donde compartíamos durante las tórridas noches de verano el devenir del día ya pasado entre vecinos y amigos. Las plazoletas y paseos nuestros cómplices y mudos testigos de encuentros y desencuentros. En la calle hemos festejados a Nuestros Patronos, hemos jugado de pequeño o nos hemos refugiado en sus rincones para dar rienda suelta a nuestros primeros escarceos amorosos.
También es, la calle, ese gran río de información capaz de ofrecernos desde lo más a lo menos. Ingente vía de comunicación de límites indefinidos y que, en estos últimos tiempos, se ha visto drásticamente venida a menos. Parte de la culpa podría derivar de la necesidad de encerrar y controlar ciertas actividades en espacios reducidos para, así, poderlas rentabilizar en grado máximo. Por otra lado, todo sea dicho, no está nada mal favorecer la calidad del evento y la comodidad del los que asisten a él. En principio no debe ser negativo habilitar estos recintos para albergar, por ejemplo, actos culturales, y que, de esa forma, se vea mejorada la calidad de los mismos.
Ahora bien. Me pregunto preocupado si este momento de decadencia cultural de las nuevas generaciones no vendrá provocado por estas nuevas barreras físicas que niegan el acceso popular a la cultura, reprimiendo su necesario desarrollo para una mejor sociedad.
Por eso opino, modestamente, que, en la medida de las posibilidades, abramos las puertas de los recintos y saquemos la cultura a la calle. Hagámosla asequible a cualquier bolsillo e impulsémosla para que se expanda libre de muros enclaustradores para que puedan impregnarse de ella transeúntes sin diferencias por condición.

A lo mejor ha llegado la hora de derribar los muros opresores de la cultura para desparramarla por calles y plazoletas como correntías que libres de cauces rieguen al libre albedrío las inquietudes adormecidas de intelectos que vagan por los senderos del pasotismo.

Nota:
El jueves, 22 de octubre, a partir de las 18’30 h., en el Paseo Blas Infante, el escritor y poeta, José Daniel García, expondrá su obra manteniendo a su vez diálogo abierto con los asistentes.
¡ No os perdáis de disfrutar de tan agradable tertulia en tan bonito entorno!

jueves, 1 de octubre de 2009

¿Por qué...?


Porque la candidatura de Chicago no cuenta con demasiado respaldo popular. Porque Sudamérica no ha organizado nunca unos JJ.OO. Porque Tokio sería casi repetir las últimas olimpiadas de Pekín, geográficamente.
Queda suficientemente claro que los miembros del COI tienen muy presente el grandísimo esfuerzo que hizo el Barón Pierre de Coubertain para retomar unos Juegos Olímpicos enarbolando la bandera de la Paz y bajo el signo de la unión y la hermandad. Unos JJ.OO. cuyos atletas participantes compitieran por competir en una fiesta del deporte cuyos objetivos irían al servicio del desarrollo armónico del Hombre, como bien recoge la Carta Olímpica en los Principios Fundamentales:
3. El objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana. Para ello, el Movimiento Olímpico lleva a cabo, solo o en cooperación con otros organismos y dentro de sus posibilidades, acciones a favor de la paz.

Sólo ese punto sería motivo suficiente para realizar los JJ.OO. en otro país bajo circunstancias muy diferentes a las que exhiben Madrid, Pekín, Chicago o Río de Janeiro. A lo mejor el COI en arrebato de locura debería volver a organizar un evento cuyo nivel de instalaciones estuviera acorde con las instalaciones que usan en su mayoría los ciudadanos del mundo. Diría, como absurdo de lo absurdo, que no estaría mal volver a presentar al Mundo un espectáculo deportivo sobre una pista de ceniza sin adjudicar recompensas millonarias a las medallas, sin permitir los avances técnicos de material que favorezcan a los atletas pertenecientes a eso que llaman primer mundo, sin diferencias… todos al mismo son del movimiento olímpico por la Hermandad entre diferentes colores de piel, lenguas o credos.