Cada mañana durante el trayecto que hago en bicicleta desde mi casa a mi lugar de trabajo, justo en la intersección de dos calles en las que no me queda otro remedio que hacer un giro brusco, me encuentro unas florecillas que han nacido en una pequeña grieta del asfalto. El giro, que de entrada es retorcido, se ve agravado por verme obligado a abrirme en la salida con la consiguiente invasión del carril contrario, del cual no tengo visibilidad alguna. Tal comportamiento que comenzó de manera refleja, se ha ido convirtiendo en mecánico, por lo que repito día tras día la misma trayectoria que, seguro, me ocasionará algún incidente desagradable en el momento más inesperado.
No sé cual ha sido la razón, pero hoy he salido del comportamiento mecánico para cuestionarme el motivo por el que no paso por encima de las florecillas y evito riesgos. Después de todo ¿qué valor pueden tener tan insignificantes flores?.
Reflexionada y sopesada la respuesta llego a la siguiente conclusión: Esas florecillas ni son ridículas ni insignificantes ni despreciables. Todo lo contrario. Esas minúsculas plantas son los granos de arena que hacen posible el desierto; son la gota que llega a formar charco; son la constancia de lo insignificante que logran algo muy significante.
Y mentalizarme cada mañana de ese pequeño gesto de no destruir esas florecillas es el primero de otros tantos que harán posible una necesaria cultura de respeto hacia el medio natural, del que dependemos.
No sé cual ha sido la razón, pero hoy he salido del comportamiento mecánico para cuestionarme el motivo por el que no paso por encima de las florecillas y evito riesgos. Después de todo ¿qué valor pueden tener tan insignificantes flores?.
Reflexionada y sopesada la respuesta llego a la siguiente conclusión: Esas florecillas ni son ridículas ni insignificantes ni despreciables. Todo lo contrario. Esas minúsculas plantas son los granos de arena que hacen posible el desierto; son la gota que llega a formar charco; son la constancia de lo insignificante que logran algo muy significante.
Y mentalizarme cada mañana de ese pequeño gesto de no destruir esas florecillas es el primero de otros tantos que harán posible una necesaria cultura de respeto hacia el medio natural, del que dependemos.