Desde siempre me ha gustado, y hasta siempre me gustará, recorrer el casco antiguo de Hornachuelos a esas horas intempestivas en las que sus calles desiertas resuman viejas historias del pasado que te ayudan a reblandecer las durezas del presente. La quietud pacifica el ánimo aún mismo tiempo que despierta la inspiración de los sentidos para saciar pequeños anhelos que permanecen agazapados en algún limbo aguardando su momento. Por eso, cuando llego al colegio “Victoria Díez” me gusta fijar la mirada en Cuatrocaminos, encrucijada de caminos de Cortijuelos y punto de partida y llegada de los deseos cumplidos o por cumplir de muchos Melojos.
Como todo buen cruce de vías, Cuatrocaminos también ha albergado establecimientos de muy diversas índoles que contaron con la aprobación de algunos y repulsa de otros, pero nunca perdió, y nunca la perderá, la esencia a bienvenida con la que perfuma a los cansados emigrantes que regresan al lugar con el que tantos años soñaron regresar.
El cruce de Cuatrocaminos, al anochecer, expuesto a las larguiruchas y flacuchas farolas parece cansado, debilitado y abandonado, pero a las primeras luces del alba resurge en gentío de transeúntes que van y vienen convirtiéndose en el verdadero corazón que bombea oxígeno a Hornachuelos revitalizándolo cada mañana.
Como todo buen cruce de vías, Cuatrocaminos también ha albergado establecimientos de muy diversas índoles que contaron con la aprobación de algunos y repulsa de otros, pero nunca perdió, y nunca la perderá, la esencia a bienvenida con la que perfuma a los cansados emigrantes que regresan al lugar con el que tantos años soñaron regresar.
El cruce de Cuatrocaminos, al anochecer, expuesto a las larguiruchas y flacuchas farolas parece cansado, debilitado y abandonado, pero a las primeras luces del alba resurge en gentío de transeúntes que van y vienen convirtiéndose en el verdadero corazón que bombea oxígeno a Hornachuelos revitalizándolo cada mañana.
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