miércoles, 4 de noviembre de 2009

Retales de vida


Durante una noche de este verano otoñal, paseando por Ronda de los Tejares, se dio de bruces conmigo un amigo, que a su vez acababa de encontrarse con otro amigo del pasado. Al comprobar que yo, distraído como siempre, pasaba de largo llamó mi atención. Y paré para corresponder saludos que tanto bien habían de hacerme. Me resultó cuando menos extraño que su comportamiento gestual y animoso me provocara la grata impresión de recuperar de las memorias del pasado al jugador de baloncesto admirado y aún no conocido. Incluso llegué a tener la sensación de que ambos nos veíamos abocados al anacronismo de sensaciones que impedían la normal comunicación entre amigos. Unos metros más allá nos despedimos y ahí quedó todo.

Hoy, al mediodía, he recibido la visita de otro viejo amigo, de esos que nos unen tanto años de amistad casi como de raciocinio. Y nos hemos sentado al sol para disfrutar de alguna que otra de esas charlas añejas que hacen del potaje de la vida manjar de dioses; para disfrutar de la comprensión y fuerza de la verdadera amistad; para recordar que más allá de vivir está convivir.
Y me ha vuelto a ocurrir. Mientras hablábamos he ido recordando momentos del pasado que, aunque sólo sea por una pequeña fracción de tiempo, me ha rejuvenecido sensaciones olvidadas y añoradas.

Y de pronto lo he entendido todo. He comprendido que a medida que crecemos vamos forjando nuestra vida con retales de vidas pasadas. Que cada día, cuando salimos a la calle, sabemos con cual de esos retales vamos vestidos, pero no sabemos con cual de ellos nos ven los que se cruzan con nosotros. Y por ese motivo, justo por ese motivo, debemos tolerar comportamientos inesperados de los que a nosotros se acercan porque nunca sabremos cómo nos ven en ese momento.
Espero que mis muchos retales me sirvan para ofrecer variedad al gusto de los demás y nunca para generar malas energías.

Voy para la cama. Esta noche las reflexiones que me llegan desde la Sierra parecen más frescas que las últimas noches, y es que, seguramente, este año el otoño con más pena que gloria empieza a ceder paso al invierno.

5 comentarios:

  1. RAFA, EFECTIVAMENTE LAS VIVENCIAS NOS VAN CUBRIENDO DE UNA SERIE DE CAPAS QUE ,EN UN MOMENTO DADO, IMPIDEN QUE LOS DEMÁS NOS VEAN TAL COMO SOMOS, PERO YO CREO QUE HAY QUE SE UN POCO COMO LAS CEBOLLAS, QUE LAS CAPAS MÁS DELICIOSAS ESTÁN BAJO UNA SERIE DE CAPAS MENOS APETECIBLES,
    POR ESO HAY QUE EVITAR QUE SE PIERDA NUESTRA ESENCIA PRIMERA, A PESAR DE TODO LO QUE NOS VAYA PASANDO.
    ÉSTA REFLEXIÓN LA HE HECHO A MEDIA TARDE, NO A MEDIA NOCHE, PERO QUE COMO FILOSOFADA PARA EL BLOG VALE, NO????
    UN ABRAZO
    .

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  2. ¡Claro que vale!
    Precisamente he evitado escribir medianoche(todo junto) para intentar ampliar el tiempo más allá de las doce de la noche y llevarlo desde la caída del sol hasta el amanecer.
    Me alegro que hayas hecho esta aportación a la reflexión porque es un complemento fundamental que la enriquece positivamente.

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  5. Realmente, la vida es muy corta, extremadamente estrecha, puesto que la vida es la experiencia del momento, un fugaz instante, un trueno. Mi vida es el ahora, lo que estoy haciendo en este mismo momento -el presente instantáneo-. Por eso no es tan fácil vivir la vida, porque va extremadamente rápida, como una exhalación fulgurante. Vivirla completamente es una falacia, como lo es el pasado y el presente. Verdaderamente, vivimos retales de nuestra propia vida que, en seguida, en décimas de segundos se convierten en pasado -en recuerdos, otra falacia-. O vivimos del futuro, de la planificación de algo venidero -otra falacia más del tiempo-, un espacio virtual que no existe y que vendrá o no vendrá -algunos vivimos demasiado anclados en esta virtualidad futurible, tanto es así que algunos vemos pasar nuestra vida por delante, como una bala, rapidísima, y apenas si nos inmutamos: Nos quedamos perplejos-. Por eso, creo que muchas veces, demasiadas, ni sabemos quiénes somos, ni adónde vamos: por la gran velocidad de lo aconteciminetos. Entonces, nos agasapamos en el pasado -como nosotros mismos nos recordamos, no necesariamente como nos recuerdan- o en el futuro -en ese plan personal que nosotros mismos queremos crearnos, pero que aún ni nos han visto-. ¡Qué complicado es todo esto! La vida en si es complicada por la rapidez con que la vivimos, aunque nos parezca tediosa. La vida, sobretodo, crea pasado. El presente es muy breve, brevísimo, tanto es así que ni nos enteramos. El futuro no es nada. Y el pasado, la mayor parte de las veces nos confunde. Pero con el paso de los años pesa muchísimo más que nuestro efímero presente y que nuetro futurible, por tanto nos nutre y, en cambio, cada vez más nos engaña, nos confunde. La vida, pues, es un palpitar efímero vivido conscientemente pero sin caer en la cuenta. El pasado, sin embargo, al ser un recuerdo es plenamente consciente. Y el futuro, también, puesto que está planificado. En fin, vivimos conscientemente en el pasado y en el futuro -las dos grandes falacias del presente-. En cambio, el presente lo vivimos inconscientemente -repleto de reflejos automáticos mediatizados por la cultura, la sociedad, la familia, la personalidad- a una velocidad de vértigo. En el pasado somos lo que hubiéramos querido ser en el presente. Y en el futuro deseamos ser lo que no hemos podido o sabido ser en el presente que se nos escapa a la velocidad de la luz.
    Para vivir la vida intensamente hay que correr mucho, con el consiguiente riesgo de estrellarse bien pronto. Y, cuando esto ocurra, los demás -si es que hay alguien- nos recordarán de su pasado, no del presente ni del futuro.
    Esta sí es una reflexión a muy entrada la media noche. Así de espesa me ha salido. Pero espero que se me perdone en un futuro o en un pasado.

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