
El sábado, no más allá de las once de la noche, cuando me dirijo a casa en coche, la vida misma volvía a romperme el corazón. Tres chicas, de entre trece y catorce años, algo debieron decirle al único varón del grupo para que éste saliera en huida a pasos acelerados, supongo que dirección a su casa. A juzgar por los gestos de sus manos, parecía que el chico, cabizbajo, quería reprimir el torrente de lágrimas que ya le corrían por el rostro. Su andar acelerado provocaba desorbitados caderazos y el bracear de sus extremidades semiflexionadas completaban unos movimientos femeninos que ya hubieran sido exagerados para cualquier mujer.
Tras él, las chicas iniciaban conatos de persecución que se veían interrumpidos por la indecisión de las propias perseguidoras. Desde mi posición de fugaz espectador motorizado, me atrevería a decir que ellas debían haber provocado la herida emocional del muchacho sintiéndose culpables por el desarrollo de los acontecimientos, aunque también aliviadas por quedarse descansando por haber conseguido lo que durante tanto tiempo habían planeado sin atreverse a ejecutar.
Y continué con mi coche camino de mi casa con una historia a medio terminar que minutos después me ha traído de nuevo aquí, a sentarme con el mundo a mis pies para reflexionar sobre lo ocurrido.
Lo poco que conozco de ese adolescentes es su problema con unas maneras muy afeminadas de actuar, tanto física como emocionalmente. Ello hace que muchos otros jóvenes fijen el punto de mira sobre él para ridiculizarlo y así bufonearse de él. Quizá ahora su único grupo de amigas en el que conseguía algo del calor humano, de ese tan importante que ofrece la amistad, tampoco lo tenga ya. Justo en ese momento tan difícil en el que la atracción sexual nos hace desarrollarnos emocionalmente hacia el duro camino de la vida a la que debemos enfrentarnos cara a cara, y únicamente con nuestra cuerpo por defensa y protección.
Por eso hoy aprovechare para tirar una de tantas monedas al pozo para pedir un nuevo deseo. Y el deseo es que ese chico sea lo suficientemente fuerte para mantenerse a flote entre las demoledoras tempestades que le están por venir. Deseo que el día de mañana, como otros tantos lo hicieron, el duro entrenamiento al que lo ha sometido la vida le sirva para triunfar y poder demostrar que la mofa no hace tanto daño como algunos creen; que superar momentos de tanta dureza le ha hecho más fuerte. Mi último deseo es que, cuando los anteriores deseos se cumplan, él se convierta en un nuevo embajador de la tolerancia y el respeto al prójimo cuales quieran que sean su aspecto físico, condición o comportamiento.
Ahí va la moneda…
Tras él, las chicas iniciaban conatos de persecución que se veían interrumpidos por la indecisión de las propias perseguidoras. Desde mi posición de fugaz espectador motorizado, me atrevería a decir que ellas debían haber provocado la herida emocional del muchacho sintiéndose culpables por el desarrollo de los acontecimientos, aunque también aliviadas por quedarse descansando por haber conseguido lo que durante tanto tiempo habían planeado sin atreverse a ejecutar.
Y continué con mi coche camino de mi casa con una historia a medio terminar que minutos después me ha traído de nuevo aquí, a sentarme con el mundo a mis pies para reflexionar sobre lo ocurrido.
Lo poco que conozco de ese adolescentes es su problema con unas maneras muy afeminadas de actuar, tanto física como emocionalmente. Ello hace que muchos otros jóvenes fijen el punto de mira sobre él para ridiculizarlo y así bufonearse de él. Quizá ahora su único grupo de amigas en el que conseguía algo del calor humano, de ese tan importante que ofrece la amistad, tampoco lo tenga ya. Justo en ese momento tan difícil en el que la atracción sexual nos hace desarrollarnos emocionalmente hacia el duro camino de la vida a la que debemos enfrentarnos cara a cara, y únicamente con nuestra cuerpo por defensa y protección.
Por eso hoy aprovechare para tirar una de tantas monedas al pozo para pedir un nuevo deseo. Y el deseo es que ese chico sea lo suficientemente fuerte para mantenerse a flote entre las demoledoras tempestades que le están por venir. Deseo que el día de mañana, como otros tantos lo hicieron, el duro entrenamiento al que lo ha sometido la vida le sirva para triunfar y poder demostrar que la mofa no hace tanto daño como algunos creen; que superar momentos de tanta dureza le ha hecho más fuerte. Mi último deseo es que, cuando los anteriores deseos se cumplan, él se convierta en un nuevo embajador de la tolerancia y el respeto al prójimo cuales quieran que sean su aspecto físico, condición o comportamiento.
Ahí va la moneda…