Porque la candidatura de Chicago no cuenta con demasiado respaldo popular. Porque Sudamérica no ha organizado nunca unos JJ.OO. Porque Tokio sería casi repetir las últimas olimpiadas de Pekín, geográficamente.
Queda suficientemente claro que los miembros del COI tienen muy presente el grandísimo esfuerzo que hizo el Barón Pierre de Coubertain para retomar unos Juegos Olímpicos enarbolando la bandera de la Paz y bajo el signo de la unión y la hermandad. Unos JJ.OO. cuyos atletas participantes compitieran por competir en una fiesta del deporte cuyos objetivos irían al servicio del desarrollo armónico del Hombre, como bien recoge la Carta Olímpica en los Principios Fundamentales:
3. El objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana. Para ello, el Movimiento Olímpico lleva a cabo, solo o en cooperación con otros organismos y dentro de sus posibilidades, acciones a favor de la paz.
Sólo ese punto sería motivo suficiente para realizar los JJ.OO. en otro país bajo circunstancias muy diferentes a las que exhiben Madrid, Pekín, Chicago o Río de Janeiro. A lo mejor el COI en arrebato de locura debería volver a organizar un evento cuyo nivel de instalaciones estuviera acorde con las instalaciones que usan en su mayoría los ciudadanos del mundo. Diría, como absurdo de lo absurdo, que no estaría mal volver a presentar al Mundo un espectáculo deportivo sobre una pista de ceniza sin adjudicar recompensas millonarias a las medallas, sin permitir los avances técnicos de material que favorezcan a los atletas pertenecientes a eso que llaman primer mundo, sin diferencias… todos al mismo son del movimiento olímpico por la Hermandad entre diferentes colores de piel, lenguas o credos.
Queda suficientemente claro que los miembros del COI tienen muy presente el grandísimo esfuerzo que hizo el Barón Pierre de Coubertain para retomar unos Juegos Olímpicos enarbolando la bandera de la Paz y bajo el signo de la unión y la hermandad. Unos JJ.OO. cuyos atletas participantes compitieran por competir en una fiesta del deporte cuyos objetivos irían al servicio del desarrollo armónico del Hombre, como bien recoge la Carta Olímpica en los Principios Fundamentales:
3. El objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana. Para ello, el Movimiento Olímpico lleva a cabo, solo o en cooperación con otros organismos y dentro de sus posibilidades, acciones a favor de la paz.
Sólo ese punto sería motivo suficiente para realizar los JJ.OO. en otro país bajo circunstancias muy diferentes a las que exhiben Madrid, Pekín, Chicago o Río de Janeiro. A lo mejor el COI en arrebato de locura debería volver a organizar un evento cuyo nivel de instalaciones estuviera acorde con las instalaciones que usan en su mayoría los ciudadanos del mundo. Diría, como absurdo de lo absurdo, que no estaría mal volver a presentar al Mundo un espectáculo deportivo sobre una pista de ceniza sin adjudicar recompensas millonarias a las medallas, sin permitir los avances técnicos de material que favorezcan a los atletas pertenecientes a eso que llaman primer mundo, sin diferencias… todos al mismo son del movimiento olímpico por la Hermandad entre diferentes colores de piel, lenguas o credos.
Es de justicia social que Sudamérica tenga la oportunidad de celebrar unos Juegos Olímpicos, ¿por qué no? Pero no perdamos el norte: Las Olimpiadas, además de deporte, representan grandes intereses geopolíticos a nivel mundial. Ese barniz político es imprescindible para poder entender este tipo de decisiones. China es un coloso que pide paso en el escenario económico mundial y se le concedió unas Olimpiadas. Brasil, igual: otras Olimpiadas. Me alegro por Brasil, pero, como sucedió en China, el pretexto de unas Olimpiadas no servirá para arreglar sus innumerables problemas, ni la organización del Mundial de Fútbol tampoco servirá. En fin, Las Olimpiadas son el gran escaparate de vanidades. Todos los países saben de la fuerza de la publicidad de una Juegos Olímpicos. Todos los países desean revolcarse en el gran bulevar de las vanidades: en la Feria Internacional del Deporte Olímpico. Vanidad de vanidades y sólo vanidad. Pues, eso: Show must go on.
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