No sé cual podría ser el motivo, pero nuestra sociedad parece volverse cada vez más -voyeur-. Los programas televisivos con más audiencia eligen a una víctima y le administran la anestesia de la riqueza para calmarle el dolor. Después, agarran con fuerza el bisturí y los abren impúdicamente para extraerles las vísceras de la intimidad y poder exhibir sus miserias a los ojos carroñeros que, agazapados entre el plumaje del anonimato, lo devoran sin pudor.
Esta noche soy yo el mirón. Cómodamente sentado en una pequeña terraza se exhiben ante mí ciento trece grandes ventanales que corresponden a ciento trece habitaciones de un hotel. Ciento trece historias que esta noche serán observadas por mis indiscretas miradas.
En la tercera del quinto una pareja discute acaloradamente. Ella lo amenaza con irse. Parece ser que no soporta más sus continuos devaneos amorosos.
En la octava del noveno varias chicas en paños muy menores parecen celebrar una orgía de alcohol que mucho me temo mutará a orgía de … vete a saber.
¡Joder! Desde la segunda del primero hay un chico que me está mirando, y es que posiblemente él sea la respuesta antónima a mi atrevida actitud de mirón.
Aunque no os he dicho nada, por creerlo de poca importancia, al inicio de mi vigilancia ha salido a la terraza del primero del sexto una joven muchacha muy bonita que se ha quitado la camiseta para quedarse en bikini. Ahora sí le doy más importancia porque ha vuelto a salir para practicar un baile de espaldas a mí y, como colofón, ha tirado de las tirantas del bikini para dejar sus pechos libres a miradas de extraños, pero, sobre todo, a vista de quien la mirase desde el interior. Transcurrido unos minutos ha regresado al escenario para finalizar un striptease que ha estado a punto de arrancar mis aplausos acalorados.
Mi reloj de pulsera toca las tres campanadas, siempre me gustaron los viejos relojes de campanadas, y prácticamente todas las luces de las terrazas han sucumbido a la brisa marina y se han apagado como si de velas se tratasen.
Sin embargo, yo, permanezco en mi puesto vigía incapaz de dormir. Sólo pienso en el proyecto de familia interrumpido tras haber dado por finalizado la primera pareja su relación.
Tiemblo de pensar en el final de la orgía de orgías, porque mi orgía de pensamientos da para mucho.
También pienso en la chica que seguramente se estaría desnudando para otro chico infiel…; para otra chica…; para sí misma disfrutando de su exhibición…; para su chico…; para dejar su ropa húmeda secándose al aire mientras se ducha. No, no, esta última la repudio por aburrida.
¡Vaya! Me acabo de dar cuenta que me he convertido en otro fisgón más que acabará pegado al televisor a la espera de poder ver cómo destripan la vida de cualquier famoso.
Será mejor que deje descansar la vista para también descansar el alma. Además, el fisgón de enfrente no para de mirarme y no me hace ninguna gracia que me vigile y me vea en calzoncillos aquí en la terraza. A juzgar por su mirada incisiva vete a saber lo que estará pensando de mí.
Maldito fisgón. Hasta mañana.
Esta noche soy yo el mirón. Cómodamente sentado en una pequeña terraza se exhiben ante mí ciento trece grandes ventanales que corresponden a ciento trece habitaciones de un hotel. Ciento trece historias que esta noche serán observadas por mis indiscretas miradas.
En la tercera del quinto una pareja discute acaloradamente. Ella lo amenaza con irse. Parece ser que no soporta más sus continuos devaneos amorosos.
En la octava del noveno varias chicas en paños muy menores parecen celebrar una orgía de alcohol que mucho me temo mutará a orgía de … vete a saber.
¡Joder! Desde la segunda del primero hay un chico que me está mirando, y es que posiblemente él sea la respuesta antónima a mi atrevida actitud de mirón.
Aunque no os he dicho nada, por creerlo de poca importancia, al inicio de mi vigilancia ha salido a la terraza del primero del sexto una joven muchacha muy bonita que se ha quitado la camiseta para quedarse en bikini. Ahora sí le doy más importancia porque ha vuelto a salir para practicar un baile de espaldas a mí y, como colofón, ha tirado de las tirantas del bikini para dejar sus pechos libres a miradas de extraños, pero, sobre todo, a vista de quien la mirase desde el interior. Transcurrido unos minutos ha regresado al escenario para finalizar un striptease que ha estado a punto de arrancar mis aplausos acalorados.
Mi reloj de pulsera toca las tres campanadas, siempre me gustaron los viejos relojes de campanadas, y prácticamente todas las luces de las terrazas han sucumbido a la brisa marina y se han apagado como si de velas se tratasen.
Sin embargo, yo, permanezco en mi puesto vigía incapaz de dormir. Sólo pienso en el proyecto de familia interrumpido tras haber dado por finalizado la primera pareja su relación.
Tiemblo de pensar en el final de la orgía de orgías, porque mi orgía de pensamientos da para mucho.
También pienso en la chica que seguramente se estaría desnudando para otro chico infiel…; para otra chica…; para sí misma disfrutando de su exhibición…; para su chico…; para dejar su ropa húmeda secándose al aire mientras se ducha. No, no, esta última la repudio por aburrida.
¡Vaya! Me acabo de dar cuenta que me he convertido en otro fisgón más que acabará pegado al televisor a la espera de poder ver cómo destripan la vida de cualquier famoso.
Será mejor que deje descansar la vista para también descansar el alma. Además, el fisgón de enfrente no para de mirarme y no me hace ninguna gracia que me vigile y me vea en calzoncillos aquí en la terraza. A juzgar por su mirada incisiva vete a saber lo que estará pensando de mí.
Maldito fisgón. Hasta mañana.
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