De momento, seguimos siendo personas y no máquinas. Y como tales nos comportamos. Nuestros aciertos se empañan con nuestros errores. Nuestros valores colisionan frontalmente contra opiniones ajenas que los devalúan o contra opiniones propias que los desvirtúan. Y entonces llega la hora del malestar y la necesidad de esconderlas y camuflarlas para protegernos de no sé que vergüenza. Al final, nos convertimos en carne de cañón para nuestros competidores envidiosos o para aquellos que hacen del daño ajeno su mejor arma arrojadiza. Y huimos en dirección contraria sin saber que cada paso que demos para alejarnos es ampliar el diámetro de la diana sobre la que seguirán nuestros enemigos disparando flechas, cada vez con menos margen de error.
Si, por el contrario, aceptamos como un lance más de esta trepidante vida lo que otros califican de –nuestras miserias- es posible que desarmemos a nuestros atacantes para convertirlos en víctima de su propia indefensión. Sólo es cuestión de aceptarnos tal y como somos.
Que el dependiente que te atiende en un comercio sea familiar de un mal vecino tuyo, es mala suerte. Que alguien de tu entorno cotidiano se acerque para saludarte, durante un viaje por la otra punta de España , mientras desayunas tras una apasionada y profesional noche de amor, es para tirarse de los pelos. Pero, ¡joder¡, lo que realmente desborda el colmo es que te sientes en un banquito de Central Park, para descansar de la estresante visita a la ciudad de New Cork, y que un vecino tuyo te salude tremendamente excitado por la milagrosa coincidencia y por ver como le has dado un besito a tu pareja, sustituta de la titular, y que además es de tu mismo sexo.
Si, por el contrario, aceptamos como un lance más de esta trepidante vida lo que otros califican de –nuestras miserias- es posible que desarmemos a nuestros atacantes para convertirlos en víctima de su propia indefensión. Sólo es cuestión de aceptarnos tal y como somos.
Que el dependiente que te atiende en un comercio sea familiar de un mal vecino tuyo, es mala suerte. Que alguien de tu entorno cotidiano se acerque para saludarte, durante un viaje por la otra punta de España , mientras desayunas tras una apasionada y profesional noche de amor, es para tirarse de los pelos. Pero, ¡joder¡, lo que realmente desborda el colmo es que te sientes en un banquito de Central Park, para descansar de la estresante visita a la ciudad de New Cork, y que un vecino tuyo te salude tremendamente excitado por la milagrosa coincidencia y por ver como le has dado un besito a tu pareja, sustituta de la titular, y que además es de tu mismo sexo.
Rafa, como dijo Quevedo nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres.
ResponderEliminarUn abrazo
Amén, hermano Carlos, Amén.
ResponderEliminarCan I Play With Madness?
Up the IRONS!!!