Me acerqué lentamente por entre la densa arboleda y agazapado tras un enorme tronco presencié la escalofriante escena: cuatro hombres de media edad, armados con aperos de labranza, vociferaban improperios a un único hombre, también de mediana edad, que manoseaba constantemente como queriéndose defender de los insultos que parecían punzarles las carnes.
Mi situación era bastante comprometida por verme en la obligación de salir en auxilio del aquel hombre que parecía en peligro. Opté por dejarme ver, sin acercarme en exceso, para provocar la huída de los agresores al verse descubiertos. Justo en ese momento, la víctima, que era vapuleada como un pelele, dio un paso atrás para, tras tropezar con alguna piedra, caer al suelo. Por un momento se hizo el silencio durante aquella tormenta de insultos, amenazas y empujones, pues el pobre hombre se quedó inmóvil con los ojos fijos, como queriendo buscar un trozo de cielo entre la espesa capa homogénea que conformaban las ramas de los árboles. Uno de los asaltantes se acercó y le tocó la mejilla para hacerlo reaccionar. Todos quedamos perplejos al comprobar un hilo de sangre que le salía de la sien y le chorreaba por la mejilla hasta gotear sobre una pequeña piedra. Ambos cuatro, en silencio y a toda prisa recogieron sus herramientas de trabajo para salir en huída del lugar del crimen que ellos mismos habían provocado. Al cruzarse conmigo me propinaron un fuerte empujón que me derribó impidiéndome verles las caras. Rápidamente me levanté y acudí al cuerpo inerte que aún estaba caliente…
-¡Hemos acabado!-, les grité entusiasmado, después de dos horas de grabación sólo para obtener una escena de muy pocos segundos.
Ellos, creo, también entusiasmados porque se habían divertido con aquella experiencia que durante unas horas los había trasladado a la Irlanda profunda para, con un chasquido de dedos, volver a retomar sus vidas.
Por eso es bonito vivir historias escritas y representarlas ante una cámara, cualesquiera que sea la profesionalidad del objetivo que los graba.
No podía acabar sin agradecerles el esfuerzo que han realizado para mi proyecto a Paco, Demetrio, Rafa, Juan e Ismael que con la mayor de las pasiones me ayudaron a escribir un nuevo capítulo de “La Maldición del Cuervo”.
Mi situación era bastante comprometida por verme en la obligación de salir en auxilio del aquel hombre que parecía en peligro. Opté por dejarme ver, sin acercarme en exceso, para provocar la huída de los agresores al verse descubiertos. Justo en ese momento, la víctima, que era vapuleada como un pelele, dio un paso atrás para, tras tropezar con alguna piedra, caer al suelo. Por un momento se hizo el silencio durante aquella tormenta de insultos, amenazas y empujones, pues el pobre hombre se quedó inmóvil con los ojos fijos, como queriendo buscar un trozo de cielo entre la espesa capa homogénea que conformaban las ramas de los árboles. Uno de los asaltantes se acercó y le tocó la mejilla para hacerlo reaccionar. Todos quedamos perplejos al comprobar un hilo de sangre que le salía de la sien y le chorreaba por la mejilla hasta gotear sobre una pequeña piedra. Ambos cuatro, en silencio y a toda prisa recogieron sus herramientas de trabajo para salir en huída del lugar del crimen que ellos mismos habían provocado. Al cruzarse conmigo me propinaron un fuerte empujón que me derribó impidiéndome verles las caras. Rápidamente me levanté y acudí al cuerpo inerte que aún estaba caliente…
-¡Hemos acabado!-, les grité entusiasmado, después de dos horas de grabación sólo para obtener una escena de muy pocos segundos.
Ellos, creo, también entusiasmados porque se habían divertido con aquella experiencia que durante unas horas los había trasladado a la Irlanda profunda para, con un chasquido de dedos, volver a retomar sus vidas.
Por eso es bonito vivir historias escritas y representarlas ante una cámara, cualesquiera que sea la profesionalidad del objetivo que los graba.
No podía acabar sin agradecerles el esfuerzo que han realizado para mi proyecto a Paco, Demetrio, Rafa, Juan e Ismael que con la mayor de las pasiones me ayudaron a escribir un nuevo capítulo de “La Maldición del Cuervo”.