lunes, 16 de febrero de 2009

Empieza a llover sobre mojado

Empieza a llover sobre mojado. Las palabras mal sonantes que decían nuestros hijos a los pocos años cumplidos nos resultaban graciosísimas. Años después habitual y sufrible. La desobediencia adolescente es cosa de jóvenes sin mayor importancia. Un deber de buen padre recargar continuamente la cartera de los hijos con monedas que han costado sudor y lágrimas para que se gasten en sustancias que les proporcionarán euforia inconsciente previa a la destrucción lenta pero constante y segura. -Mi hijo no va a ser menos que el tuyo-, por eso, la moto lo llevará desde los catorce a los dieciocho, y, en adelante, el coche cargado de gasoil, con los gastos de reparación cubiertos, -¡y ahí estará su padre para pagárselo!.

Cuando llegue lo inevitable, buscaremos culpables en los inoperantes Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado; en el mal funcionamiento de la estructura docente; y, en último caso, -en las malas compañías que mi hijo tuvo la mala fortuna de tener.

Siempre queremos solucionar los problemas una vez que han pasado. Exigimos a las medidas de castigo de sentencias que nos devuelvan a la persona arrepentida, con propósito de enmienda y milagrosamente cambiada. ¿No sería mejor trabajar desde la prevención?. Educar a la persona desde la coordinación de los tres ámbitos en los que se desarrollará: familiar, educativo y social.
Estoy seguro que sería difícil insultar para alguien que no está acostumbrado a oír el insulto. Inimaginable intolerar lo que es respetado por todos. Y, si esto es así, también se respetaría así mismo y se cuidaría desde la responsabilidad que toda persona de bien se debe y nos debemos. Menos sufrimientos, menos lágrimas y menos daños irreparables. Mejor convivencia, mejores momentos, más vida.

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