viernes, 9 de enero de 2009

... de repente, puritanos

Las sociedades que se autodenominan modernas y progresistas avanzan hacia nuevos modelos que salvaguarden nuestra integridad física y moral, por ello, ya no podemos comer un yogur sin mirar la fecha de caducidad; no podemos pasar un solo día sin ducharnos una o varias veces para eliminar el asqueroso olor a sudor que se nos adhiere a la piel tras más de 24 horas sin asearnos; establecemos horarios televisivos infantiles para proteger la sensibilidad de los más pequeños que se sientan ante el televisor… y tantas otros nuevos hábitos.
Siempre se dijo que los extremos son la distancia más larga al equilibrio, imprescindible para garantizar lo correcto. Por tanto, si queremos alimentarnos bien, vigilemos los aspectos sanitarios, pero sin pasterizar hasta lo inmaculado. No huyamos de nosotros mismos buscando olores sintéticos que nos adormezcan el olfato, y mantengamos nuestra esencia natural. Protejamos la sensibilidad del telespectador de verdad, sin censurar imágenes de genitales que ayudarían a percibir nuestro cuerpo con la naturalidad propia que da lo conocido y cercano, y evitemos la familiaridad con la que aceptamos las crudas imágenes de violencia en la que los misiles impactan en Gaza o Israel provocándonos instintivamente el aplauso por objetivo conseguido que supondría en la videoconsola. Y, sobre todo, reaccionemos ante la pasividad que mostramos al ver las imágenes de cadáveres de niños expuestos al reconocimiento de familiares mientras cenamos en la seguridad de nuestras casas.

Todo es bueno, todo es malo. Como diría un amigo mío, sólo se trata de verlo con coherencia y respeto… con corazón, prosa y poesía.

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