lunes, 19 de enero de 2009

Fórmula para la eternidad

El tiempo pasa inexorable y la vida que nos entrega el azar, el destino o cualquiera de aquellos Dioses todopoderosos, todos distintos y uno único a la vez, se nos concede con un alto tributo a pagar. Vivir será sinónimo de empezar a morir. El Hombre busca incesantemente la fórmula de la eternidad, sin embargo, aún no es posible y, sin más remedio, nos vemos abocados a un final incierto, pero lleno de promesas y recompensas de una segunda vida eterna llena de felicidad para los que se lo hayan merecido, y de infelicidad para los que, también, se lo hayan merecido. Destinos estos que se han de forjar durante nuestro paso por el mundo terrenal.

Ayer, durante el transcurso de un partido de voleibol, alguno de esos veteranos que se entremezclan entre los más jóvenes, envidiaba nostálgicamente la pérdida del potencial de sus cualidades físicas que, en tiempo no muy lejano, le acompañaban. Un cierto brillo apagado en su mirada le daba aires de derrota; de brazos caídos; de sumisión al nuevo poder que había pasado a manos de sus contrarios.

En la vida, como en el deporte. Conócete, acéptate y supérate… No hay vejez, sino cambios circunstanciales que nos hacen diferentes. Pensemos que tras una puerta que se cierra, otra nueva se abre. Tras reto finalizado, otro nuevo puede nacer. Siempre superarse cualesquiera que sean las circunstancias. Valoremos el presente por lo que ahora somos y no por lo que fuimos, mucho menos por lo que seremos. Aprovechemos la ventaja que la experiencia nos proporcionó para avalar el éxito. Reconozcamos el verdadero valor de cada día vivido, agradezcamos el del día presente y ansiemos el que esté por venir.

Sería absurdo nacer para morir. Es mucho más razonable nacer para vivir siempre, disfrutando de las diferentes etapas del ciclo vital, y que no hacen sino romper el empobrecimiento que nos produciría la inalterabilidad existencial.

Sólo desde esta posición habremos encontrado la fórmula de la eternidad. Aún así, todo tiene un precio y deberemos seguir manteniendo el tributo de tener que aceptar que todo puede acabarse cuando la máquina deje de funcionar. Nunca morir porque nuestro paso, de alguna forma, ha repercutido en lo que quedará para generaciones venideras. Pudiera ser que aquí estuviera la recompensa que nuestros dioses nos prometen. Unos perdurarán más en el tiempo por sus acciones, y otros caerán en el, siempre temido, olvido

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