miércoles, 6 de enero de 2010

Noche de Reyes

Sonaban las cuatro de la tarde en el reloj del Ayuntamiento. Unos escasos y débiles rayos de sol hacían presagiar el comienzo de la Cabalgata de Reyes. Punto de partida en Cortijuelos para subir por la espina dorsal del pueblo hasta llegar a la parte más alta y, desde allí, iniciar descenso hasta el mismo corazón en el que hoy se ha convertido el cine de invierno, lugar escogido por SS.MM. para hacer entrega de los regalos a los más pequeños.
Hube de apremiar la marcha dirección las Erillas para alcanzar al séquito y poder endulzarme el día con las múltiples miradas ilusionadas de los corazones blancos, aún impolutos de sucias intenciones, que se abrían al fascinante mundo de la magia en el que todo es posible.
Y allí estaba el pelirrojo Juanito. Renegado de las primeras filas, en las que la lluvia de caramelos era abundante, por su poca agraciada corpulencia y que, como en la cancha de juego, lo obligaba a hacer un sobreesfuerzo para conseguir metas netamente inferiores a las que conseguían sus compañeros. Pero él, testarudo como pocos, no cejaba en los intentos por llegar al dulce botín esparcido por el suelo para verse recompensado con algunos caramelos, aunque estuvieran pisoteados por otros.
Un poquito más allá, me detuve de nuevo para recrearme con la jovial imagen de Antonio, melojo veterano de pelo canoso intenso, cuya vitalidad parece querer postergar una senectud acechante en la debilidad.
Rozando las seis de la tarde debía retomar algunas obligaciones personales y dar por finalizada mi grata participación en la Cabalgata. Y, justo al girarme, doy de bruces con Jorge, un pequeño y muy moreno rumano de no más de doce primaveras vividas, aunque si lo comparamos con otros pequeños de su misma edad parece sacarles bastantes años, con toda seguridad producto de su vivacidad callejera. Sus zapatillas rotas, su escasa vestimenta, su falta de todo producto de la mala situación económica en la que su familia lleva instalada un tiempo, no eran motivo suficiente para arrancar la sonrisa de sus labios y la ilusión de su mirada. Estoy convencido que era el niño que más estaba disfrutando de la Cabalgata de los Reyes Magos de Oriente.
Y terminé de pasar la tarde…

Ahora, como cada media noche, busco mi pequeño rinconcito para hundirme en la reflexión del día pasado. Me relajo al sentirme protegido por la intimidad de la soledad y mi teclado se convierte en vociferante delator de lo que se geste en mi cabeza.
Revivo las emociones vividas en la Cabalgata y me dejo arrastrar por esa magia ahondándome en la irracionalidad de esta misteriosa noche.
Sé que será una larga noche, pero también sé que el cansancio será recompensado con el regalo que les voy a pedir para mí: Deseo conseguir …
Mi credulidad sólo podría borrarse pulverizando sobre ella una gran dosis objetiva de pruebas tangibles sobre la no existencia de los tres Reyes. Por eso, he decidido pasar la noche en vela para presenciar con mis propios ojos el mágico momento en el que Ellos vengan a traerme mi regalo.

Han pasado algo más de dos horas y no he oído, ni visto, nada raro. No voy a negar que conforme transcurre la noche mi escepticismo va en aumento en detrimento de una credibilidad sustentada en pilares de lo absurdo. Pero aquí seguiré impertérrito hasta que el amanecer diluya el último atisbo que me haga seguir creyendo la verdadera existencia de los Reyes Magos.
A lo lejos el campanario del Ayuntamiento resuena para marcar las cinco de la madrugada. Mi cuerpo desparramado sobre el sillón permanece, pese al cansancio, alerta como el centinela apostado en la garita del polvorín. Nada de ruidos, nada sospechoso, nada de nada. En apenas tres horas amanecerá y empiezo a desesperar, más que por lo baldío del esfuerzo, por la desilusión y el fracaso. Aún así, aquí permaneceré hasta el final de la noche.

Unos minutos más allá de las siete y media de la mañana el cielo azabache empieza a resquebrajarse empujado por la luz del nuevo día. Contrariamente al lógico cansancio que debería rendir mi cuerpo, me encuentro más activo que el resto de la noche. Una cierta emoción interior excita mi corazón y la devoción a la que me he debido toda la noche resurge de mi interior espoleada por lo que acabo de comprender. Y es que mi espera ha sido absurda por cuanto mi afán de ver a los Reyes Magos entrar por el tejado para dejarme el regalo, ya que los Reyes ya me han visitado y entregado mi deseo en mano. Qué banalidad por mi parte pensar que vendrían por los tejados ataviados con vestimentas del pasado, montados en sus camellos o cargados de regalos.
Los Reyes ya se presentaron:

Juanito, el pelirrojo, estaba representando a Melchor. Y la perseverancia y el esfuerzo era el presente que ha querido regalarme.

Antonio, con su pelo canoso, representaba a Gaspar. La ilusión era su presente.

Jorge, el niño rumano, representaba a Baltasar. Su enorme riqueza de espíritu no podría pagarla todo el oro del mundo.

Y todo lo comprendí. Yo les he pedido un regalo y ellos han sido mucho más generosos conmigo, porque me han puesto en las manos las herramientas necesarias para conseguirlo más allá de la fugacidad de lo efímero prorrogado por siempre a lo largo de mi terrenal existencia.

El siguiente deseo que pediré para el próximo año es que los Humanos tengamos suficiente inteligencia para percibir todos los regalos que la vida nos ofrece y obviar todo lo que nos hace destructivos con nosotros mismos.

3 comentarios:

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  2. Rafa, durante la Cabalgata, tuviste la suerte de contemplar a los Reyes Humanos disfrazados de pequeñajos.
    ¡Y un saludo!

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  3. Siempre había pensado que lo Reyes Magos pasado el seis de enero se volatizaban y desvanecían perdiendo sus riquezas y poderes hasta el próximo seis de enero. Sin embargo, en estas navidades he comprendido que esos Reyes permanecen a lo largo de todo el año y que su magia poderosa también podemos tenerla nosotros, tan sólo es cuestión de buscarla.

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