viernes, 23 de abril de 2010

A veces la vida se vuelve rancia


A veces la vida se vuelve rancia. Pérdidas irreparables, sentimientos caducados, ilusiones podridas o errores cometidos forman un caldo maloliente difícil de soportar que, además, nos anula los sentidos para dejarnos sordos a sugerencias de amigos y ciegos a la realidad. El tacto de la mano que te ofrece ayuda es imperceptible. No reaccionamos a olores y sabores que se esparcen en derredor para el disfrute de los demás. Y entonces durante no se sabe cuánto tiempo somos aislados y desterrados al exilio del sin sentido. Después sólo nos queda las ganas de llorar, bajar la mirada y humillarse ante el capote que nos desvía del verdadero objetivo para convertirnos en peleles del sufrimiento… hasta reposar en el fondo. A partir de ahí sólo queda descansar y reponerse para afrontar con garantías la ardua labor que nos estará por venir, porque será nuestro deber y obligación recuperar la senda que nos devuelva al buen camino. Es la única forma de vivir con la dignidad que, de alguna manera, todos merecemos.

A los que anden en tal búsqueda solo les queda recurrir a la fortaleza, tenacidad y firmeza, claves seguras de éxito.
Me temo que los malos ratos son parte del proceso de fermentación necesario para después saborear la vida con el paladar de la madurez.

“… vayamos al frente con decisión y valentía… aprendamos de cada derrota para ir forjando la próxima victoria…. “

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