El badajo volvía a golpear la campana del reloj del Ayuntamiento ocho veces consecutivas. Esta segunda vez incluso pareciera que lo hiciera con más fuerza, como si quisiera insistir en su mensaje horario. Ya, casi con la calle desierta, salía Solitario de la tasca. Como de costumbre, o como de necesidad, el alcohol que corría por sus venas lo hacía tambalearse. No era un andar torpe y zigzagueante, todo lo contrario. Los vaivenes, aunque escandalosos, eran hábilmente controlados por Solitario. Tal era la frecuencia con la que exhibía su adicción al alcohol que lo inusual era verle sobrio. Seguramente se dirigía al amparo de su casa vacía de familia, vacía de ilusiones futuras, a rebosar de un presente de soledad. Lo miré fijamente mientras Solitario, absorto a la festividad que se celebraba, se rebuscaba en los bolsillos la llave de la puerta. La introdujo en la cerradura sin muchos intentos y entró a su particular hogar. Después…
Mientras yo seguía camino de mi casa, antiguo lugar de residencia, un cierto pesar me corroía la conciencia. Sabía que esta noche Solitario no comería caliente, ni las golosinas rebozarían en su mesa, ni nadie lo abrazaría… Para Solitario esta Nochebuena era una más de las que se sucedían todos y cada uno de los días del año. Seguramente, lo único que habría sido esta noche diferente para él sería la hora de regreso por haber sido invitado a salir del bar con antelación a lo habitual. Y, mañana, cuando se levante, no festejará la Navidad, porque él volverá a amanecer en el día de Nochebuena. Y así al día siguiente, y al siguiente, y …
Esta noche he comprendido que no todos nos guiamos por el mismo calendario. Que no todos pasarán una noche al calor de la lumbre empachados de turrones y amor. Que lo que algunos llaman Espíritu de la Navidad se sucede a lo largo de todo el año. Que Solitario, mucho me temo, no está sólo.
Amigos, buenas noches. ¡Ah!, por favor, dejemos la hipocresía de estas fiestas y abramos los ojos a la verdadera felicidad: “Solidaridad con los Solitarios, con los Hambrientos, con los Sintecho…”
Mientras yo seguía camino de mi casa, antiguo lugar de residencia, un cierto pesar me corroía la conciencia. Sabía que esta noche Solitario no comería caliente, ni las golosinas rebozarían en su mesa, ni nadie lo abrazaría… Para Solitario esta Nochebuena era una más de las que se sucedían todos y cada uno de los días del año. Seguramente, lo único que habría sido esta noche diferente para él sería la hora de regreso por haber sido invitado a salir del bar con antelación a lo habitual. Y, mañana, cuando se levante, no festejará la Navidad, porque él volverá a amanecer en el día de Nochebuena. Y así al día siguiente, y al siguiente, y …
Esta noche he comprendido que no todos nos guiamos por el mismo calendario. Que no todos pasarán una noche al calor de la lumbre empachados de turrones y amor. Que lo que algunos llaman Espíritu de la Navidad se sucede a lo largo de todo el año. Que Solitario, mucho me temo, no está sólo.
Amigos, buenas noches. ¡Ah!, por favor, dejemos la hipocresía de estas fiestas y abramos los ojos a la verdadera felicidad: “Solidaridad con los Solitarios, con los Hambrientos, con los Sintecho…”